Amaru - Cover Arriba En La Cordillera - Universidad de las Américas (no recuerdo el año)

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  • เผยแพร่เมื่อ 3 ต.ค. 2024
  • Patricio Manns "Arriba en la cordillera", Esta es la canción que lanzó a Patricio Manns a la fama en 1965, y uno de los grandes clásicos de la música popular chilena. Es una historia que Manns recogió en un viaje que hizo a la zona cordillera de la región del Bío Bío, que él narró en primera persona y que fue un hito en su momento, y que hasta hoy cuenta con decenas de versiones dentro y fuera de Chile.
    Patricio Manns: Muchas veces me han preguntado cuál es el origen de “Arriba en la cordillera”, si efectivamente mi padre se dedicaba al contrabando de animales, etc.
    Resulta que en cierta época, cuando yo estaba viviendo en Nacimiento, fui a ver a mi primo Jaime, hijo de mi tío Claudio y de la hermana de mi padre, la Olga Manns. Esto tengo que contártelo porque explica el resto. Jaime era re borracho y yo también. Entonces empezábamos a chupar, comprábamos chuicos, andábamos a caballo. Era un fundo inmenso, andábamos con los patrones para arriba y para abajo (...) .Era el típico patrón. Claro que le ponía demasiado, (...) me di cuenta que cada vez que le daba sed vendía un pedazo del fundo para salir a tomar. Se había comprado un camión y una noche me dijo: “Vamos a quemarle el aserradero a mi padre, porque el tal por cual" (…) La verdad es que estábamos borrachos. Fui con él a quemar el aserradero y le prendimos fuego. Pero, ya dije, estábamos curados y lo hicimos mal, entonces no ardió el aserrín y los gallos que cuidaban salieron. Nosotros nos escapamos pero nos vieron y le dijeron al tío Claudio y el tío nos demandó judicialmente por incendiarios.
    En vista de esto nos fuimos a caballo a Los Angeles, son unos 40 kilómetros. Allá nos fondeamos. El tenía unos amigos, porque había estudiado en el Liceo de los Angeles, tenía unos compadres por ahí en un campito y ahí nos quedamos. Como andábamos medio asustados con la cosa de que nos iban a meter presos, me dijo: “Oye, Manns, yo me voy a Santiago. Pero te voy a decir una cosa, tienes que esconderte, lo mejor es que te vayas para arriba”.
    Hablé con uno de aquellos compadres y me dijo: “Mire, tome este camino para arriba, para el paso de Atacalco. Es camino de tierra, pero usted va a llegar solito, allá no hay guardias, no hay fronteras, no hay nada”.
    Agregó otras indicaciones muy precisas. El lugar indicado estaba a unos dos mil metros de altura sobre el nivel del mar. Hice el camino y, llegando, como me habían dicho a un lugar donde había unas cabañas me presenté y me encontré con unos gallos que eran como del siglo XVIII.
    Les dije: “Yo soy Patricio Manns. Vivo en Nacimiento, pero tuve un problema con las autoridades y me dijeron que me convendría quedarme aquí un par de semanas”.
    Me contesta uno de ellos: “Habéis hecho bien”, así hablaban,“habéis hecho bien, vuestra cabaña será aquella”.
    Me indicaron una cabaña desocupada. Participé esa noche en una comilona, había una guitarra, empezamos a tocar, a cantar. Nos hicimos más o menos amigos. Todos tenían grandes mostachos caídos y usaban unos sombreros en punta y con el ala hacia abajo, parecidos tal vez a los bonetes maulinos. Ellos los llamaban cucalones.
    Ya con más confianza les pregunté: “¿De dónde vienen ustedes y por qué hablan así?”
    Me respondieron: “Nosotros hemos nacido aquí y de aquí somos”.
    “¿Pero por qué hablan así… como hablan?”
    “Es nuestra lengua”.
    “¿Y ustedes saben en qué país están viviendo?”
    “Creemos que es Chile”.
    Poco a poco me empezaron a contar y me di cuenta de cómo vivían. Se pasaban el día entero pescando, la laguna del Laja estaba muy cerca. Aparte de pescado, generalmente comían carne de caballo. A veces carne de vacunos que traían de otros lados. Pero su tarea principal era traer animales del otro lado. Casi siempre los vendían en Los Angeles o en Mulchén, donde había mercados de reses. Bajaban a Los Angeles una vez por semana, cuatro o cinco horas a caballo, llevando sus arreos de animales y de vuelta traían sus chuiquitos y sus provisiones en carretas porque allá arriba no se podía sembrarnada.
    Un día contestando mis preguntas de cómo atravesaban la Cordillera uno de ellos me explicó: “Nosotros pasamos por tres pasos que hay por aquí: Atacalco, Huiraleo y Pichanchén”, y me mostraba con el dedo. “Están separados varias leguas uno de otro. El de Atacalco es el primero hacia el norte, y nosotros pasamos por ese. Yo lo voy a llevar mañana para allá, para que vea”.
    Fuimos a caballo. Era aterrador. El paso de Atacalco no era más ancho que esta mesa. Piensa lo que es pasar ganado por ahí. Hacia abajo hay un abismo de mil metros. Y hacia arriba un farellón de otro kilómetro.

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