PROCESIÓN SEMANA SANTA 2014 (COLEGIO GAMARRA)

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  • เผยแพร่เมื่อ 25 ม.ค. 2025

ความคิดเห็น • 3

  • @AntonioNavasHerrera
    @AntonioNavasHerrera 10 ปีที่แล้ว

    Enhorabuena Señor Alan Antich y a todos los que la hacen posible. Muy buena procesión. Increhíble. ¡La más bonita procesión con los componente más jóvenes del mundo!

  • @soisunoscaracoles
    @soisunoscaracoles 10 ปีที่แล้ว

    Este vídeo demuestra que cuando nos unimos podemos hacer grandes proyectos :-)

  • @R3beldeSinCausa
    @R3beldeSinCausa 10 ปีที่แล้ว

    DUBLINESES
    James Joyce
    24
    la vida: un hombre había muerto por su causa. Apena
    s le dolía ahora pensar en la pobre parte
    que él, su marido, había jugado en su vida. La miró
    mientras dormía como si ella y él nunca
    hubieran sido marido y mujer. Sus ojos curiosos se
    posaron un gran rato en su cara y su pelo:
    y, mientras pensaba cómo habría sido ella entonces,
    por el tiempo de su primera belleza
    lozana, una extraña y amistosa lástima por ella pen
    etró en su alma. No quería decirse a sí
    mismo que ya no era bella, pero sabía que su cara n
    o era la cara por la que Michael Furey
    desafió la muerte.
    Quizás ella no le hizo a él todo el cuento. Sus oj
    os se movieron a la silla sobre la que
    ella había tirado algunas de sus ropas. Un cordón d
    el corpiño colgaba hasta el piso. Una bota
    se mantenía en pie, su caña fláccida caída; su comp
    añera yacía recostada a su lado. Se
    extrañó ante sus emociones en tropel de una hora at
    rás. ¿De dónde provenían? De la cena de
    su tía, de su misma arenga idiota, del vino y del b
    aile, de aquella alegría fabricada al dar las
    buenas noches en el pasillo, del placer de caminar
    junto al río bajo la nieve. ¡Pobre tía Julia!
    Ella, también, sería muy pronto una sombra junto a
    la sombra de Patrick Morkan y su
    caballo. Había atrapado al vuelo aquel aspecto abot
    argado de su rostro mientras cantaba
    Ataviada para el casorio. Pronto, quizá, se sentarí
    a en aquella misma sala, vestido de luto, el
    negro sombrero de seda sobre las rodillas, las cort
    inas bajas y la tía Kate sentada a su lado,
    llorando y soplándose la nariz mientras le contaba
    de qué manera había muerto Julia.
    Buscaría él en su cabeza algunas palabras de consue
    lo, pero no encontraría más que las
    usuales, inútiles y torpes. Sí, sí: ocurrirá muy pr
    onto.
    El aire del cuarto le helaba la espalda. Se estiró
    con cuidado bajo las sábanas y se
    echó al lado de su esposa. Uno a uno se iban convir
    tiendo ambos en sombras. Mejor pasar au-
    daz al otro mundo en el apogeo de una pasión que ma
    rchitarse consumido funestamente por
    la vida. Pensó cómo la mujer que descansaba a su la
    do había evocado en su corazón, durante
    años, la imagen de los ojos de su amante el día que
    él le dijo que no quería seguir viviendo.
    Lágrimas generosas colmaron los ojos de Gabriel. N
    unca había sentido aquello por
    ninguna mujer, pero supo que ese sentimiento tenía
    que ser amor. A sus ojos las lágrimas
    crecieron en la oscuridad parcial del cuarto y se i
    maginó que veía una figura de hombre,
    joven, de pie bajo un árbol anegado. Había otras fo
    rmas próximas. Su alma se había acercado
    a esa región donde moran las huestes de los muertos
    . Estaba consciente, pero no podía
    aprehender sus aviesas y tenues presencias. Su prop
    ia identidad se esfumaba a un mundo
    impalpable y gris: el sólido mundo en que estos mue
    rtos se criaron y vivieron se disolvía
    consumiéndose.
    Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hac
    ia la ventana. De nuevo nevaba.
    Soñoliento vio cómo los copos, de plata y de sombra
    s, caían oblicuos hacia las luces. Había
    llegado la hora de variar su rumbo al poniente. Sí,
    los diarios estaban en lo cierto: nevaba en
    toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura
    planicie central y en las colinas calvas,
    caía suave sobre el mégano de Allen y, más al oeste
    , suave caía sobre las sombrías, sediciosas
    aguas de Shannon. Caía, así, en todo el desolado ce
    menterio de la loma donde yacía Michael
    Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una
    cruz corva y sobre una losa, sobre las
    lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su
    alma caía lenta en la duermevela al oír
    caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la
    nieve, como el descenso de su último ocaso,
    sobre todos los vivos y sobre los muertos.