Huélamo, a 1,350 metros de altitud, es uno de los cinco pueblos que constituyen la Mancomunidad Intermunicipal Sierra de Cuenca, al NE de esta provincia de Castilla-La Mancha. Huélamo, en el centro del Parque Natural de la Serranía de Cuenca, sobre la margen izquierda del rio Jucar, es uno de los pueblos más atractivos de Castilla-La Mancha. Este municipio, con una superficie de 79,5 km2, contiene la segunda masa forestal de Europa -después de la Selva Negra alemana- con el pino albar, como protagonista, además de robles, avellanos, fresnos, acebos, etc.
Huélamo, en la antigüedad, después de la Edad del Bronce (Cultura de Cogotas), formó parte de lo que conocemos como territorio de la Celtiberia Nuclear. Se han localizado dos castros: el ubicado cerca de la fuente del Secreto, y el del Corral del Tío Marino; además de dos pozos airones (La Hinojosa y Valeria)
El pueblo le debe toda su identidad histórica y socio-cultural a la roca conocida como “Del castillo”, que se alza en el extremo NO de la población, a 75 metros de altura sobre el casco urbano.
Todo visitante deberá subir a su cumbre, a través de un sendero bien señalizado y con peldaños y barandas, para admirar, en ángulo de 360º la majestuosidad de la Sierra, con los profundos valles y barrancos, a través de los cuales discurren algunos de los grandes ríos hispanos (Júcar, Guadalaviar, Tajo…), que tienen su nacimiento a pocos kilómetros; que confirman su cercanía al mayor nudo hidrográfico de la península Ibérica.
Esta posición dominante de la fortaleza, a modo de torre vigía, fue el primer núcleo de población, establecido por los hispano-musulmanes durante el Califato de Córdoba, en el año 908, quienes bautizaron a la población con el nombre de “Walmu” (valle de los olmos) -de donde deriva Huélamo-, que no tardó en convertirse en municipio y una de las fortalezas más importantes de la cora de Santaver. En aquella época, en tiempos de Abd-Rahman III, dos historiadores árabes: al-Himyari y El-Dikr, visitaron Walmu, destacando en sus escritos la existencia de una fuente de agua estancada que, al acercarse y gritar, se hincha y se pone a hervir “como el agua de una marmita en el fuego”.
En la plataforma superior de esta dominante roca se abre un aljibe, de planta rectangular, con capacidad para unos 30,000 litros de agua, para garantizar prolongados asedios, y los restos de un canal de desagüe grabado en la roca de la montaña.
En Huélamo, gracias a su riqueza en madera, hubo tres serrerías y fraguas; en ellas se hacían los lingotes de metal y luego se convertían en toda clase de herramientas; tradición medieval que se ha mantenido hasta nuestros días.
La conquista cristiana, sin combate, tuvo lugar en 1175, por las tropas del caballero navarro Fortún de Tena; quien cedió después la plaza al rey Lobo de Albarracín y, finalmente, en 1193, a la Orden de Santiago, cuyo escudo lo vemos reproducido en numerosos lugares del pueblo, conservándose la casa que fue Hospital. De aquella época son las numerosas familias navarras, riojanas y vascas que se instalaron en Huélamo.
A pocos metros de la subida al castillo roquero, se alza la iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción; templo rectangular, de una sola nave, que sustituyó a la iglesia románica, de la que se conserva la pila bautismal y una parte del muro del ábside; y debajo de todo ello, se hallaría la antigua Mezquita musulmana. El campanario, de planta cuadrangular, fue también un esconjuradero, utilizado por el párroco para alejar las tormentas, mientras echaba agua bendita por las cuatro ventanas de la torre. El repique de campanas es una tradición que, a lo largo de los siglos, se ha mantenido en Huélamo; es mediante estos toques como, a pie de campana, se marcaba el tiempo de la comunidad, tanto en el ámbito religioso, como cívico, construyendo ritmos cíclicos, temporales o transmitiendo avisos, alertando acontecimientos naturales, como incendios o tormentas, ceremonias fúnebres o de fiesta que redundaban en la organización de la vida local.