Yo soy San Pío de Pietrelcina: Confesor de las Almas e Instrumento de la Misericordia Divina

Nacido el veinticinco de mayo de mil ochocientos ochenta y siete, en Pietrelcina, una pequeña aldea rural en el sur de Italia, Francesco Forgione, quien más tarde sería conocido como el Padre Pío, llegó al mundo en el seno de una familia profundamente devota y sencilla.
Sus padres, Grazio y María Giuseppa, eran campesinos humildes, que apenas sabían leer y escribir, pero poseían una fe inquebrantable y valores religiosos sólidos. En esa época, la vida en la región era difícil, marcada por la pobreza y las duras condiciones del trabajo agrícola. Sin embargo, en el hogar de los Forgione, la espiritualidad era un pilar firme.
Desde muy joven, Francesco mostraba signos de una sensibilidad espiritual fuera de lo común. Aún siendo un niño, con alrededor de cinco años de edad, Francesco comenzó a tener experiencias que, para muchos, podrían ser consideradas místicas. Él veía y conversaba con Jesús, con la Virgen María y con su ángel de la guarda, pero, debido a su inocencia y pureza infantil, creía que todos los niños tenían este tipo de contacto espiritual.
Nunca hablaba de esto con otras personas, pensando que era algo completamente normal. No obstante, esos primeros años formarían la base de su fe y determinarían el rumbo de su vida.