Patada de un hincha a

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  • เผยแพร่เมื่อ 30 ก.ย. 2024
  • El 24/5/1985 Diego caminaba entre la gente rumbo al hotel donde la Selección de concentraría para el duelo por las eliminatorias con Venezuela. Allí, un fanático le dio un golpe que el astro padeció durante toda la estadía en México.
    La Selección de Bilardo vivía momentos traumáticos en lo deportivo y necesitaba a Maradona, que entonces atravesaba un momento clave con el Napoli, y viajaba miles y miles de kilómetros para no fallarle a ninguna de las dos camisetas. En uno de los desplazamientos con el plantel nacional a Venezuela para jugar la 2da fecha de las eliminatorias sudamericanas, sufrió una patada de un hincha que luchaba entre la muchedumbre que rodeaba al Diez para abrazarlo. Aquella historia fue contada por el propio astro en el libro "México 86. Mi Mundial. Mi Verdad. Así ganamos la Copa", realizado por Daniel Arcucci.
    "La llegada a San Cristóbal, después de aterrizar en Cúcuta, fue terrible. Primero, el viaje en micro, por caminos de montaña. Y después, el desborde: uno quiere a la gente, pero uno no quiere que la gente lo mate, tampoco. Ahí, cuando bajamos y empezamos a caminar hacia el hotel El Tama, me pegaron una patada, sin querer, seguro, pero que me trajo más consecuencias que la patada de Goicoetxea…
    Entré rengueando al hotel y me pasé toda la noche con hielo en la rodilla. Menos mal que estaba solo en la habitación porque no me hubiera aguantado nadie. Me dormí a las cinco de la mañana. El dolor me iba a acompañar hasta el Mundial.
    Después de aquella patada en Venezuela que arrastré durante todas las eliminatorias no decían, como con Goicoetxea, que no iba a jugar más, pero sí todos decían que tenía que operarme sí o sí, y que la recuperación iba a llevarme no sé cuánto tiempo. Por eso, como aquella vez en Barcelona, volví a llamarlo al Loco Oliva (Dr Rubén Darío Oliva), que era tan loco como buen médico.
    Y el Loco Oliva me dijo: "Vos no te operás". Era lo que quería escuchar, lo que necesitaba.
    ¿Qué me pasaba? Se me inflamaba el poplíteo; me lo aprendí de memoria ese nombrecito y no me lo voy a olvidar mientras viva. Tampoco me voy a olvidar del dolor: no podía estirar la pierna.
    La solución llegó en un partido amistoso que armamos contra un equipo que dirigía Krol (Ruud Krol, ex futbolista y DT holandés). La cosa fue que el tordo me infiltró y yo sentía la rodilla enganchada. "Se te va a ir aflojando de a poco", me decía el Loco. Pero llegaba la hora de arrancar y nada, sentía que seguía trabada. Empieza el partido y a los 10 minutos me olvido, me tiro a buscar una pelota, giro, y la rodilla ¡plum!, me explota.
    -¿Te explotó la rodilla?
    -Sííí, doctor, sííí… ¡Me duele mucho, tengo un dolor de la concha de su madre!
    -¡Bieeeennnn, eso era lo que yo quería!
    Me quedé mirándolo. El tipo estaba más loco de lo que yo pensaba. Escucho que dice: "Tápenlo, tápenlo…" Y saca una jeringa, una jeringa gigante, y me infiltra, en plena cancha. Yo estaba boca abajo, con un dolor terrible.
    Ahora movela me dice.
    Y la muevo, como si nada. Se había destrabado. Seguí jugando. Creo que metí un gol. Ganamos 2 a 0. Terminé los 90 minutos y cuando llegué al banco, el Loco me dice: "¿Y? ¿Dónde están ahora los que te querían operar?".

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