Mario Benedetti El hotelito de la Rue Blomet

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  • เผยแพร่เมื่อ 9 ก.พ. 2025
  • Voz: Manuel López Castilleja
    Música: Bach El Clave Bien Temperado Fuga en mi mayor
    TH-cam.com
    Quizá se debiera a la vieja costumbre de no reconocerse en público. Lo cierto es que en el metro no se hablaron. De vez en cuando él la miraba y ella esbozaba una sonrisa tristona y nada más. Era la complicada hora del cierre comercial. El vagón iba repleto y había un olor agridulce, mezcla de sobaco y chanel. Igual que en el 65.
    Fue un alivio llegar por fin a la estación Vaugirard. Él tomó la valijita con la que ella había aparecido, dos horas antes, en la Gare de Lyon. Ahora nevaba, y cómo.
    -¿Compramos baguettes, gruyère y beaujolais?
    -Sí, claro, como siempre.
    -Así no salimos a cenar.
    -Mejor. La calle está asquerosa.
    -Por lo menos en la mansarde hay calefacción.
    -Qué bueno.
    Hicieron las compras. Agregaron gaulois y fósforos para él; chocolate para ella. Ella cargó con los nuevos paquetes, y él otra vez con la valija. Remontaron la rue Cambronne, del brazo y bien apretaditos para protegerse de la nieve, pero caminando despacio para no resbalar.
    En el hotelito de la rue Blomer, madame Benoit los saludó con la sonrisa afilada y distante de costumbre. A ella le tendió la mano y le dijo la frasecita clásica: se alegraba de que la señora Méndez [madame Mandés] hubiera llegado bien. Ella sonrió y balbuceó en respuesta otra amabilidad banal. Él recogió su llave y subieron a la habitación.
    Era una mansarde con una sola ventanita, en cuyo antepecho se juntaba la nieve. Cerca de la ventana había una mesa y dos sillas. La cama doble tenía una colcha azul. En la pared, una descolorida reproducción de Renoir. La sencillez era suficiente y acogedora.
    -No pude conseguir la misma habitación. La 42 está ocupada.
    -No importa. Es linda, y además hace calorcito.
    Sin embargo, ella no se quitó el abrigo. Estaba helada. Abrió la valijita y empezó a sacar algunas prendas.
    Él abrió las puertas de un armario casi enano.
    -Te dejé libre todo el lado derecho.
    Ella no contestó, pero empezó a acomodar su ropa en los estantes y perchas que él le había adjudicado. Él fue hasta el lavabo, abrió la canilla y esperó que el agua saliera caliente. Se lavó las manos. Luego se puso a deshacer los paquetes y fue colocando los comestibles sobre la mesa. Descorchó la botella. Cortó cada baguette en dos partes y fue distribuyendo las rebanadas de queso.
    Ella estaba todavía acomodando sus cosas en el armarito cuando él se acercó por detrás y le puso una mano en el hombro. Ella inclinó la cabeza hacia ese costado para sentir el contacto de la mano. Entonces él la quiso abrazar.
    -Ahora no. Tengo hambre.
    -Yo también.
    Ella se lavó la cara. Después se acercó a la mesa. Durante un buen rato masticaron en silencio.
    -Qué banquete.
    -Debo confesarte que ésta es mi cena de casi todas las noches.
    -Una maravilla. Estaba muerta de hambre. En el ferrocarril comí poquísimo, me sentía un poco mareada.
    -¿Y ahora?
    -Ahora no. El vino y el queso me devolvieron la vida.
    -Te volvió el color a las mejillas. Estabas pálida.
    -De hambre.
    -Antes no comías con tanto apetito.
    -¿Antes aquí o antes Uruguay?
    -Ni aquí ni allá. Siempre estabas inapetente.
    -Pues ahora ya viste que no. Debe ser una especie de desquite. La verdad es que cuando tuve que borrarme en el 72, pasé hambre. Hambre de veras.
    -Ya lo sé. En el cuartel la comida era asquerosa.
    Nunca es exquisita la comida de los perros, pero de todos modos era comida. Y bajé la barriga, además.
    -Sí, se te ve muy en línea.
    -Vos estás linda.
    -Bah.
    -No sé si linda. Tenés otra expresión. Como si ahora fueras más mujer.
    -Caramba.
    Ella empezó a juntar las cáscaras de queso en una bolsita de papel.
    -Y vos ¿te sentís más hombre?
    -No sé. En algún sentido, estoy conforme conmigo mismo, porque aguanté sin hablar, sin delatar a nadie. En aquellos días de mierda, aquello se convertía en una obsesión. No hablar, sobre todo no hablar.
    -¿Y te parece poco? Entre otras cosas, yo estoy aquí porque vos no hablaste.
    -¿Nada más que por eso?
    -No. Quiero decir que si hubieras hablado, y aunque yo estuviese borrada, habrían tenido datos para llegar a mí. O para impedirme salir.
    -¿Nada más que por eso estás aquí?
    -No seas bobo. Bien sabés que estoy aquí porque quería verte.
    -Yo también quería verte. Y quería que vos quisieras verme.
    -Uyuy, qué difícil.
    -No sé decirlo más sencillo.
    Ella suspiró.
    -Bueno, aquí estamos.
    -En el hotelito de la rue Blomer. ¿Quién iba a decir, en el 65, que íbamos a pasar lo que pasamos?
    -Nadie.
    -¿Querés que te diga una cosa? Yo creo que ni los milicos sabían.
    -¿No sabían qué cosa?
    -Por ejemplo: que podían ser tan inhumanos.
    -Quizá. Pero lo más importante fue que nosotros no sabíamos. Qué ensalada de abstracciones, ¿no te parece?
    Él le tomó una mano.
    -Me parece. Pero ahora vos sos algo muy concreto y me gustás. Se acabaron las abstracciones.
    Ella recuperó su sonrisa tristona.

ความคิดเห็น • 3

  • @anapinillos8780
    @anapinillos8780 2 หลายเดือนก่อน +1

    ¡Estupendo! Gracias por compartir😊

  • @joseluisariasnavarro3964
    @joseluisariasnavarro3964 3 หลายเดือนก่อน +1

    Excelente narración, una felicitación a la página.

  • @Mingming7w7
    @Mingming7w7 2 หลายเดือนก่อน +1

    gracias