San Francisco de Asís - Ejemplo de Humildad y Pobreza

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  • เผยแพร่เมื่อ 9 ก.ย. 2024
  • San Francisco de Asís, Ejemplo de Humildad y Pobreza
    Dicen que a San Francisco lo declaró santo el pueblo, antes de que el Sumo Pontífice le concediera ese honor, y que si se hace una votación entre los cristianos (aún entre los protestantes) todos están de acuerdo en declarar que es un verdadero santo.
    Todos, aun los no católicos, lo quieren y lo estiman.
    Lo quieren los pobres, porque él se dedicó a vivir en total pobreza, pero con gran alegría.
    Lo estiman los ecologistas porque él fue el amigo de las aves, de los peces, de las flores, del agua, del sol, de la luna y de la madre tierra.
    ► Su Infancia
    Nació en Asís (Italia) en 1182.
    Su madre se llamaba Pica y fue sumamente estimada por él durante toda su vida.
    Su padre era Pedro Bernardone, un hombre muy admirador y amigo de Francia, por el cual le puso el nombre de Francisco, que significa: "el pequeño francesito".
    Cuando era joven Francisco le agradaba asistir a fiestas, paseos y reuniones con mucha música.
    Su padre tenía uno de los mejores almacenes de ropa en la ciudad, y al muchacho le sobraba el dinero.
    Los negocios y el estudio no le llamaban la atención.
    Pero tenía la cualidad de no negar un favor o una ayuda a un pobre siempre que pudiera hacerlo.
    ► Prisionero
    Tenía veinte años cuando hubo una guerra entre Asís y la ciudad de Perugia.
    Francisco salió a combatir por su ciudad, y cayó prisionero de los enemigos.
    La prisión duró un año, tiempo que él aprovechó para meditar y pensar seriamente en la vida.
    Al salir de la prisión se incorporó otra vez en el ejército de su ciudad, y se fue a combatir a los enemigos.
    Se compró una armadura sumamente elegante y el mejor caballo que encontró.
    Pero por el camino se le presentó un pobre militar que no tenía con qué comprar armadura ni caballería, y Francisco, conmovido, le regaló todo su lujoso equipo militar.
    Esa noche en sueños sintió que le presentaban en cambio de lo que él había obsequiado, unas armaduras mejores para enfrentarse a los enemigos del espíritu.
    Francisco no llegó al campo de batalla porque se enfermó y en plena enfermedad oyó que una voz del cielo le decía: "¿Por qué dedicarse a servir a los jornaleros, en vez de consagrarse a servir al Jefe Supremo de todos?".
    Entonces se volvió a su ciudad, pero ya no a divertirse y parrandear sino a meditar en serio acerca de su futuro.
    ► El Enamoramiento
    La gente al verlo tan silencioso y meditabundo comentaba que Francisco probablemente estaba enamorado.
    Él comentaba: "Sí, estoy enamorado y es de la novia más fiel y más pura y santificadora que existe".
    Los demás no sabían de quién se trataba, pero él sí sabía muy bien que se estaba enamorando de la pobreza, o sea de una manera de vivir que fuera lo más parecida posible al modo totalmente pobre como vivió Jesús.
    Y se fue convenciendo de que debía vender todos sus bienes y darlos a los pobres.
    Paseando un día por el campo encontró a un leproso lleno de llagas y sintió un gran asco hacia él.
    Pero sintió también una inspiración divina que le decía que si no obramos contra nuestros instintos nunca seremos santos.
    Entonces se acercó al leproso, y venciendo la espantosa repugnancia que sentía, le besó las llagas.
    Desde que hizo ese acto heroico logró conseguir de Dios una gran fuerza para dominar sus instintos y poder sacrificarse siempre a favor de los demás.
    Desde aquel día empezó a visitar a los enfermos en los hospitales y a los pobres.
    Y les regalaba cuanto llevaba consigo.
    Un día, rezando ante un crucifijo en la iglesia de San Damián, le pareció oír que Cristo le decía tres veces: "Francisco, tienes que reparar mi casa, porque está en ruinas".
    Él creyó que Jesús le mandaba arreglar las paredes de la iglesia de San Damián, que estaban muy deterioradas, y se fue a su casa y vendió su caballo y una buena cantidad de telas del almacén de su padre y le trajo dinero al Padre Capellán de San Damián, pidiéndole que lo dejara quedarse allí ayudándole a reparar esa construcción que estaba en ruinas.
    El sacerdote le dijo que le aceptaba el quedarse allí, pero que el dinero no se lo aceptaba (le tenía temor a la dura reacción que iba a tener su padre, Pedro Bernardone) Francisco dejó el dinero en una ventana, y al saber que su padre enfurecido venía a castigarlo, se escondió prudentemente.
    Pedro Bernardone demandó a su hijo Francisco ante el obispo declarando que lo desheredaba y que tenía que devolverle el dinero conseguido con las telas que había vendido.
    El prelado devolvió el dinero al airado papá, y Francisco, despojándose de su camisa, de su saco y de su manto, los entregó a su padre diciéndole:
    "Hasta ahora he sido el hijo de Pedro Bernardone. De hoy en adelante podré decir: Padrenuestro que estás en los cielos".
    El Sr. Obispo le regaló el vestido de uno de sus trabajadores del campo: una sencilla túnica, de tela ordinaria, amarrada en la cintura con un cordón.
    Francisco trazó una cruz con tiza, sobre su nueva túnica, y con ésta vestirá y pasará el resto de su vida.

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