Los dinosaurios roja y azulón
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- เผยแพร่เมื่อ 2 ธ.ค. 2024
- Era un día tranquilo en el Valle Escondido, cuando de repente, el suelo empezó a temblar y se escucharon pasos enormes. ¡Eran los dinosaurios! Los árboles se mecían y las aves salían volando mientras llegaban dos dinosaurios enormes, uno de color azul y otro de color rojo.
El dinosaurio azul, de cuello largo y ojos brillantes, se llamaba Azulón. Era muy curioso y siempre estaba explorando, buscando plantas exóticas para comer. Su amiga, la dinosauria roja, se llamaba Roja. Roja era muy rápida y ágil, y le encantaba correr por los campos persiguiendo mariposas.
Un día, mientras exploraban juntos, Azulón encontró una cueva misteriosa al pie de una montaña. “¡Mira, Roja!”, dijo emocionado, “¡Apuesto a que nunca hemos visto algo como esto!”. Roja, siempre lista para una aventura, sonrió y dijo: “¡Vamos a descubrir qué hay adentro!”.
Azulón y Roja entraron en la cueva con cautela. Al principio, todo estaba oscuro y solo se escuchaban sus pasos resonando contra las paredes de piedra. Pero, después de avanzar un poco, notaron una luz suave al final del túnel.
Cuando llegaron, se quedaron sin palabras. La cueva estaba llena de cristales brillantes de todos los colores, reflejando tonos dorados, verdes, y violetas. Parecía un tesoro escondido de luces y colores.
Mientras Azulón observaba los cristales con asombro, Roja notó algo peculiar: había unas huellas en el suelo, como si alguien hubiera estado allí antes. Las huellas parecían recientes y llevaban hacia otra parte de la cueva, más profunda. Roja miró a Azulón y dijo en voz baja, “¿Crees que haya otros dinosaurios aquí?”.
Azulón asintió, emocionado y un poco nervioso, “¡Vamos a seguirlas! Quizás encontramos a alguien que viva en esta cueva”.
Guiados por las huellas, nuestros amigos avanzaron hasta llegar a una enorme cámara subterránea, donde encontraron a un dinosaurio pequeño, de color verde brillante, que parecía estar atrapado entre algunas rocas. El pequeño dinosaurio los miró con ojos grandes y asustados. “¿Me pueden ayudar?”, preguntó con voz temblorosa.
Azulón y Roja se miraron decididos. “¡Claro que te ayudamos!”, dijeron juntos.
Azulón y Roja se acercaron con cuidado al pequeño dinosaurio atrapado entre las rocas. Azulón, con su enorme cuello y fuerza, empujó algunas piedras grandes, mientras Roja usaba su velocidad y agilidad para mover las más pequeñas. Poco a poco, lograron abrir un espacio para que el dinosaurio verde pudiera salir.
El dinosaurio pequeño, aliviado y muy agradecido, se presentó. “Me llamo Sige,” dijo con una gran sonrisa. “Me quedé atrapado mientras exploraba la cueva en busca de cristales mágicos. Dicen que tienen poderes especiales para aquellos que los encuentran.”
Azulón y Roja se miraron intrigados. “¿Poderes especiales?”, preguntó Roja. “¿Qué clase de poderes?”
Sige explicó emocionado: “¡Cada cristal tiene un poder diferente! Algunos te hacen más fuerte, otros más rápido, y algunos te permiten ver cosas que están muy lejos. Yo estaba buscando el cristal dorado, el más raro de todos, porque dicen que puede conceder un deseo.”
Al escuchar esto, Azulón y Roja decidieron ayudar a Sige en su búsqueda del cristal dorado. Juntos, comenzaron a explorar la cueva, iluminados por el reflejo de los cristales que llenaban el lugar de colores.
Después de buscar un buen rato entre los cristales brillantes, finalmente vieron algo resplandecer al fondo de la cueva: ¡era el cristal dorado! Parecía casi mágico, emitiendo una luz suave que llenaba la cueva de calidez.
Sige, Azulón y Roja se acercaron con emoción y un poco de nervios. Sige extendió la pata y tocó el cristal. “Ahora, cada uno puede pedir un deseo,” dijo, sonriendo a sus nuevos amigos.
Azulón cerró los ojos y pidió el deseo de conocer todos los secretos del valle, para poder descubrir lugares nuevos cada día. Roja, con una gran sonrisa, pidió ser aún más veloz, para que pudiera correr por todo el valle y proteger a sus amigos si algún día lo necesitaran.
Finalmente, Sige pensó por un momento y dijo: “Yo solo quiero que nuestra amistad dure para siempre.”
En cuanto dijo esto, el cristal dorado comenzó a brillar intensamente y luego desapareció, dejando una estela de luz en la cueva. Los tres amigos sintieron que algo especial había ocurrido. Sabían que, aunque no volvieran a encontrar el cristal dorado, siempre tendrían algo más valioso: su amistad y las aventuras que habían compartido.
Y así, Azulón, Roja y Sige regresaron al valle, seguros de que, mientras estuvieran juntos, cada día sería una nueva y maravillosa aventura.
Fin.
José Pardal