La oveja Chamarita o sampedrana, fue descrita y estudiada en 1950 por Hilario de Bidasolo y Aldámiz , era la antigua oveja estante que ocupaba buena parte de La Rioja, sobre todo las comarcas de Alfaro y Calahorra y hoy se extiende con profusión por la zona de Arnedo y Cervera, donde predomina. Sin embargo, Sánchez Belda (1986) indica que hasta hace pocas décadas también se extendía por la zona norte de la provincia de Soria, ocupando las comarcas del Valle de Tera y Tierras Altas. El mismo autor reserva el calificativo de “sampedrana”, para el ganado estante chamarito que tradicionalmente ha ocupado la comarca de San Pedro Manrique. En torno a esta clase de ganado se ha utilizado un vocabulario peculiar que permitía a los pastores diferenciar y describir las diferentes tonalidades y particularidades cromáticas de sus ovejas. A lo largo de la cordillera Ibérica, este vocabulario ha adoptado ligeras adaptaciones. Denominaciones como roya, careta, lucera, morriblanca, mora, galana o laya se empleaban con habitualidad para definir algunas características de este tipo de ganado. Con la lana negra o morena florecieron pequeñas industrias textiles en algunas localidades. Iglesia Hernández (1999), describe con exactitud el manejo que recibía este tipo de ganado en Oncala, muy diferente del que recibía el ganado merino. Era una oveja que producía lanas de peor calidad, menor finura, menores ondulaciones por centímetro lineal, mechas más corta y aparecía acompañada de fibras largas de pelo muerto que la oveja merina. Sin embargo, presentaba la ventaja de que su lana se hilaba mejor, y si se lavaba para hacer colchones eran mejores que los de lana merina. Hasta mediados del siglo XX, los ganaderos trashumantes acostumbraban a tener rebaños integrados simultáneamente por ovejas Chamaritas y merinas. También había pequeños labradores que sólo tenían una veintena de ovejas estantes, para las que recolectaban heno, grano y paja con los que podían pasar el invierno. En total, este tipo de ganado “sampedrano”, no representaba más del 3 por ciento del total lanar del municipio, y a diferencia del ganado merino permanecía todo el año en el pueblo. A pesar de la poca importancia numérica del ganado chamarito, por aquella época solía haber dos pastores pagados por los vecinos que sacaban a pastear al ganado. Cada rebaño comunal lo integraban entre 150 y 200 cabezas. Su manejo era sencillo, los días que el tiempo lo permitía salían a pastar y se careaban por las zonas de monte medio, si el tiempo era malo descendían a cotas bajas junto al río Linares. Estos rebaños comunales recuerdan en su manejo a las “veceras” asturianas, herederas de una tradición pastoril muy antigua que nos evoca a la cultura de los “Castros sorinanos”. Este sistema de manejo se prolongaba desde que partían las merinas, a finales del verano, hasta primeros de junio, fecha en la que regresaban. En cierto modo este sistema se vio favorecido por la ausencia de mano de obra masculina ya que los hombres se encontraban en el extremo con los rebaños de ovejas trashumantes. Cada tarde las ovejas chamaritas regresaban a su redil y cada una de ellas sabía con exactitud dónde se encontraba su corral. El ama de casa o la chiquillería comprobaban si las ovejas ese día habían comido bien y si no era así procedían a suplementarlas con algo de heno. La época de parición coincidía con los meses más fríos y duros del año, enero y febrero, en este momento las ovejas recibían cuidados algo más continuados. Junto a las ovejas paridas, en el portal de muchas casas, se reunía el “trasnocho” que consistía en una especie de reunión nocturna de mujeres junto al calor de estas ovejas y del brasero, que se utilizaba para explicar historias en ausencia de sus maridos. Por San José, los corderos y las ovejas salían a pastar al campo y no requerían de suplementos alimenticios. Cuando la economía de estas mujeres requería de dinero en efectivo recurrían a la venta de los corderos, que administraban exclusivamente ellas, igual que los cerdos, gallinas y huertos. Según indica Iglesia (1999), algunas veces se las esquilaba antes que a las merinas ya que su lana también se dedicaba exclusivamente al su uso dentro del hogar y con ella se elaboraban colchones, jerséis y calcetines. Las ovejas sampedranas no pagaban pastos durante los siete meses que duraba el invierno, y sus propietarios solamente debían remunerar una cantidad a cuenta del jornal que percibía el pastor comunal de cada aldea. Cuando regresaban las merinas de pasar la invernada las ovejas sampedranas se reincorporaban al rebaño.
La oveja Chamarita o sampedrana, fue descrita y estudiada en 1950 por Hilario de Bidasolo y Aldámiz , era la antigua oveja estante que ocupaba buena parte de La Rioja, sobre todo las comarcas de Alfaro y Calahorra y hoy se extiende con profusión por la zona de Arnedo y Cervera, donde predomina. Sin embargo, Sánchez Belda (1986) indica que hasta hace pocas décadas también se extendía por la zona norte de la provincia de Soria, ocupando las comarcas del Valle de Tera y Tierras Altas. El mismo autor reserva el calificativo de “sampedrana”, para el ganado estante chamarito que tradicionalmente ha ocupado la comarca de San Pedro Manrique.
En torno a esta clase de ganado se ha utilizado un vocabulario peculiar que permitía a los pastores diferenciar y describir las diferentes tonalidades y particularidades cromáticas de sus ovejas. A lo largo de la cordillera Ibérica, este vocabulario ha adoptado ligeras adaptaciones. Denominaciones como roya, careta, lucera, morriblanca, mora, galana o laya se empleaban con habitualidad para definir algunas características de este tipo de ganado. Con la lana negra o morena florecieron pequeñas industrias textiles en algunas localidades.
Iglesia Hernández (1999), describe con exactitud el manejo que recibía este tipo de ganado en Oncala, muy diferente del que recibía el ganado merino. Era una oveja que producía lanas de peor calidad, menor finura, menores ondulaciones por centímetro lineal, mechas más corta y aparecía acompañada de fibras largas de pelo muerto que la oveja merina. Sin embargo, presentaba la ventaja de que su lana se hilaba mejor, y si se lavaba para hacer colchones eran mejores que los de lana merina.
Hasta mediados del siglo XX, los ganaderos trashumantes acostumbraban a tener rebaños integrados simultáneamente por ovejas Chamaritas y merinas. También había pequeños labradores que sólo tenían una veintena de ovejas estantes, para las que recolectaban heno, grano y paja con los que podían pasar el invierno. En total, este tipo de ganado “sampedrano”, no representaba más del 3 por ciento del total lanar del municipio, y a diferencia del ganado merino permanecía todo el año en el pueblo. A pesar de la poca importancia numérica del ganado chamarito, por aquella época solía haber dos pastores pagados por los vecinos que sacaban a pastear al ganado. Cada rebaño comunal lo integraban entre 150 y 200 cabezas. Su manejo era sencillo, los días que el tiempo lo permitía salían a pastar y se careaban por las zonas de monte medio, si el tiempo era malo descendían a cotas bajas junto al río Linares. Estos rebaños comunales recuerdan en su manejo a las “veceras” asturianas, herederas de una tradición pastoril muy antigua que nos evoca a la cultura de los “Castros sorinanos”.
Este sistema de manejo se prolongaba desde que partían las merinas, a finales del verano, hasta primeros de junio, fecha en la que regresaban. En cierto modo este sistema se vio favorecido por la ausencia de mano de obra masculina ya que los hombres se encontraban en el extremo con los rebaños de ovejas trashumantes. Cada tarde las ovejas chamaritas regresaban a su redil y cada una de ellas sabía con exactitud dónde se encontraba su corral. El ama de casa o la chiquillería comprobaban si las ovejas ese día habían comido bien y si no era así procedían a suplementarlas con algo de heno.
La época de parición coincidía con los meses más fríos y duros del año, enero y febrero, en este momento las ovejas recibían cuidados algo más continuados. Junto a las ovejas paridas, en el portal de muchas casas, se reunía el “trasnocho” que consistía en una especie de reunión nocturna de mujeres junto al calor de estas ovejas y del brasero, que se utilizaba para explicar historias en ausencia de sus maridos.
Por San José, los corderos y las ovejas salían a pastar al campo y no requerían de suplementos alimenticios. Cuando la economía de estas mujeres requería de dinero en efectivo recurrían a la venta de los corderos, que administraban exclusivamente ellas, igual que los cerdos, gallinas y huertos. Según indica Iglesia (1999), algunas veces se las esquilaba antes que a las merinas ya que su lana también se dedicaba exclusivamente al su uso dentro del hogar y con ella se elaboraban colchones, jerséis y calcetines.
Las ovejas sampedranas no pagaban pastos durante los siete meses que duraba el invierno, y sus propietarios solamente debían remunerar una cantidad a cuenta del jornal que percibía el pastor comunal de cada aldea. Cuando regresaban las merinas de pasar la invernada las ovejas sampedranas se reincorporaban al rebaño.
Muy interesante la explicación en la descripción del vídeo.
Fascinante
Disculpa, ¿en que parte de la península te encuentras? Esos terrenos lucen rústicos.
Es en La Rioja. Zona centro - Norte.