El edificio de apartamentos se convirtió en una trampa mortal. Escaleras rotas, hordas de infectados y una sensación constante de peligro acechaban en cada esquina. Cruzaron como pudieron, escapando por una puerta trasera que los arrojó nuevamente a las calles infestadas. Su única opción: el metro. En la penumbra de los túneles, se enfrentaron a una oscuridad inquietante, donde cada sombra podía esconder un enemigo. En una sala de generadores, resistieron un asalto feroz mientras encendían las turbinas.
A pesar de las heridas y el agotamiento, lograron salir a la superficie, buscando refugio en una pequeña tienda fortificada. Pero el descanso es poco exigente. Las alcantarillas eran el siguiente tramo, un lugar donde el agua sucia no solo ocultaba los infectados, sino también sus propios miedos. Su destino era el Burger Tank, un restaurante en ruinas que conectaba con el hospital. Luchando contra una horda incansable, llegaron a la base del Hospital Mercy, solo para descubrir que su pesadilla no había acabado.
Dentro del hospital, el ascensor tardó una eternidad en llegar, mientras las hordas se acumulaban en los pasillos y obreros infectados caían desde los andamios. En el piso 28, alcanzaron la azotea, donde la radio les permitió llamar al rescate. Pero no sería fácil: quince minutos de una batalla implacable, con hordas y tanques atacando sin cesar, pusieron a prueba su resistencia. La minigun rugió una vez más, defendiendo a los sobrevivientes mientras el helicóptero descendía.
Con los motores del helicóptero como música de fondo y el rugido de la horda como coro final, lograron escapar de la ciudad. Miraron hacia abajo, dejando atrás el apocalipsis que amenazaba con consumirlo todo.