Hace más de diez años, cuando la primera estrella de la Selección Española ganada en Sudáfrica aún era noticia y una nueva década comenzaba, un todavía más joven yo llegó un día a casa después del colegio y encendió la televisión después de merendar para encontrarse que tras años emocionandose cada vez que Oliver Atom disparaba uno de sus chuts maratonianos, otra serie del deporte del que estaba empezando a ocupar gran parte de mi pensamiento aparecía ante mis ojos. Los ojos de un chaval que se encontraban atónitos ante el baile de técnicas, fuego, manos celestiales e historias de superación y remontadas. Así, desde el primer momento esa serie generó una sensación diferente en mí, la mezcla de fútbol, dibujos animados y supertécnicas ya formaba parte de mí.
Así, durante meses esperaba ansioso frente al televisor encontrarme con todas esas historias rocambolescas que en ese momento me parecían que tenía más sentido que ninguna otra cosa que había visto en toda mi vida.
Sentir a Mark Evans como un colega, a Axel Blaze como un referente, a Ray Dark como un enemigo profundo, odiar a más no poder a 3 hermanos tocapelotas o sentir que el Zeus era un escalón insuperable para cualquier futbolista en su sano juicio se convirtió en mi día a día, pero no solo eso, en el patio del colegio ya se escuchaban voces a lo lejos de niños chutando a puerta, mientras gritaban Tornado de Fuego, o chavales que querían ser porteros por primera vez en su vida para imitar la Mano Celestial de Mark Evans.
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